Evaristo Bellotti. Trechos de vida

por Ignacio Castro Rey

Sobre el libro Escritos a pie de obra, de E.B.

Igual que en sus piezas escultóricas, Evaristo Bellotti busca en la escritura un lenguaje que enlace sentido y experiencia, lo abstracto y lo concreto, la articulación y la deformación. No es tan extraño que a un artista le interese este sentido real, más o menos expulsado de nuestro entorno climatizado. No lejos de la sabiduría estoica, se diría que este escultor busca para cada avatar un logos, una cifra que lo convierta en forma. En los seres inanimados existe un lenguaje latente, un signo incrustado en su forma. Reconociéndola, ayudando a que tomen esa forma, se elige paradójicamente lo que ya ha ocurrido. De este modo el hombre se reconcilia con la cadena de hechos que le envuelve y le presiona.

Pensar, escribir, trabajar a partir de una situación, de un estado de sitio. Buscar en el encadenamiento ordinario una leve mutación que lo haga soportable, próximo al mismo destino indescifrable de los humanos. Operar por el lenguaje una variación milimétrica en virtud de la cual el mundo se vuelva tolerable.

Estoy hablando del valor subversivo de la aceptación, del valor afirmativo de una rebelión que perfora el cliché de lo ordinario para ingresar en su sentido. En paz con los hombres, en guerra con sus entrañas, Bellotti busca en la fraternidad sensible con los seres mudos que nos circundan, un curso de formación que no abandone la inevitable deformación inicial. Como un Sócrates que volviese siempre a la escuela del no saber, a renovar el saber en esa línea de sombra que nos acompaña, pensando con lo más «atrasado» de nosotros mismos. ¿Es éste el secreto de cierta jovialidad, de cierta potencia de juego con las situaciones que vemos en algunos artistas? En todo caso, parece estar detrás del gusto de este escultor por el barroco, por una poética que altera suavemente el clasicismo que le apasiona para hacerlo un poco más «sucio» y cercano. Séneca sentencioso, Bellotti labra una atmósfera grecolatina matizada por el Baco turbio que respira en el limo de cualquier presente. De ahí la ironía como relación oblicua y cortés con las cosas. El sentido del humor es la tangente erótica que tenemos para soportar lo no elegido, aquello que sin embargo sentimos como un signo. De otro modo la diferencia entre lo deseado y lo posible nos convertiría en fanáticos.

Los distintos personajes que cruzan este libro representan la faz no sabida del mundo, la metamorfosis que sufren las situaciones. Son nombres propios de cierto anonimato que recorre la existencia en busca de reconocimiento. Esta obligación ética se corresponde además, en una coherencia que no siempre se da, con el humano de carne y hueso que firma Esculturas por escrito. Su autor es un caballero andaluz, patillas largas y ojos azules, armado de suaves maneras para consigo mismo y con el escenario mundano. Sonrisa generosa, educación exquisita de alguna república sudamericana y atención al cualquiera que somos por dentro. En esta república que continuamente ha de redefinir sus fronteras, cada hombre es, no un voto, sino una voz, la última palabra sobre qué sea lo universal. Este hombre se maneja en varios idiomas, con una bonhomía que puede hablar varias lenguas, porque piensa en una sola, desde el coro que tenemos en la cabeza. Todas las lenguas son una para quien habla la lengua natal como un extranjero.

En este libro encontramos, bajo la orfebrería del lenguaje, la voluntad de atender a lo «inarticulado» de las vivencias. Hablo de cierta piedad para lo que viene sin ser llamado, unas circunstancias que representan tanto un peligro como una ocasión. Desde esta sensibilidad para las escenas, la lengua materna es ya una segunda lengua. Hay ecos primordiales quebrados, rumores y gritos que configuran nuestra lengua originaria y sirven la materia prima para el trabajo de Bellotti, ese esfuerzo por darle forma a lo vivido.

De cierto regusto español por la complejidad, sumado a un materialismo de corte británico, proviene esta necesidad de mezclarse con la materia, el amor por los bultos que obstaculizan la libre circulación en el vacío puritano del espacio. Igual que el escultor trabaja 2 con sus manos y con todo el cuerpo, el escritor deletrea con el cuerpo entero, venciendo la resistencia que ofrecen esas míseras dificultades cotidianas que son también un signo. Aceptando el reto de los equívocos, los plazos insolentes y la estulticia del mercado, se mantiene una entereza que no puede abandonar la plaza pública, ni el consiguiente riesgo de corromperse. Con esos bueyes aramos, en una cotidiana carrera de obstáculos que está incrustada en nuestro modo de ser moderno. Procedemos de una ambivalencia originaria que nos obliga a la certeza tragicómica de un lugar primario de la metáfora. Por eso tomamos notas de nosotros mismos como si fuéramos otros. Tu vida no es tu propiedad, sino que está guiada por una ex-sistencia que siempre te precede, como una sombra que se adelantase al cuerpo.

Lo ético es ocuparse de esos pequeños detalles de lo diario, pensar y trabajar a partir de los equívocos, las miserias y los errores humanos. En medio del laberinto infernal de relaciones. Por el camino, hay que decirlo, con pocos hombres y mujeres cabales, que tengan palabra. De cualquier modo, es preciso tomar por título los membretes habituales de nuestra rutina laboral y social. Cada día tiene su afán; cada hora, su signo. De ahí la clase de libros que escriben los artistas como éste, con una lengua sumergida en los imperativos más prosaicos incluyendo los poderes extraordinarios que las fechas límite otorgan a los humanos. De ese viejo método de la pistola en la cabeza viene esta escritura cristalina e intrincada a la vez, dando cuenta del sexto sentido de una biografía sinuosa. Ganar tiempo y salir del paso: enredar, como un comerciante árabe que le importase más el trato que el precio final de la venta.

Con frecuencia la letra de Esculturas por escrito depende de una obra material que no conocemos, que nadie conoce, y esto aumenta la intriga del texto. Que falten claves obliga al lector a completar los tramos de vida, las piezas ausentes del rompecabezas. Pero en la vida ocurre lo mismo, pues apenas entrevemos sus metas, sus motivos.

Nacemos sin destreza. Morimos sin rutina. A mitad de ruta, una pieza de ámbar retiene un vuelo de mosca. Ahora la pregunta es: ¿Puede haber una geometría del vuelo que no tiene objeto, que desconoce su destino? ¿Un álgebra del nomadismo? Bellotti la intenta. La necesidad de la contingencia: esta es la cruz de nuestra verdad, en el punto de cruce entre ateísmo y religión. Una metafísica de lo intranscendente es lo que se ensaya en este libro. Con un excelente castellano, por cierto, labrado en la carne de lo que surge, en los equívocos entre personajes separados (el marchante, el artista) en un mundo incierto.

Para quien se resiste a la especialización anímica no queda más remedio que tejer continuamente una casa con los jirones de vida que se precipitan en torno. De ahí la lógica sucia que recoge la entropía de una coyuntura, el mapa que se confunde con un territorio. Como Mairena, se ha de pulir un cristal que refleje la opacidad del mundo. Mientras los dioses no cambien de lo ínfimo, nada cambiará.