Normacéfalo

FMSR nº 3544

La obra conocida como Normacéfalo responde al deseo, presentado como una necesidad en muchos medios, de identificar a Manuel Sánchez del Río. La particularidad de esta obra, la primera de un extenso catálogo de aproximaciones a la identidad del Polígrafo, es que lo hace desde la ciencia fisiognómica. Lo que en su entorno decimos “ponerle cara”.

Lo primero que debe de advertirse es que la elección de esta ciencia implica la exclusión de algunos supuestos: que fuera un animal, un animal inferior o un individuo perteneciente a alguno de los otros reinos de la Naturaleza. Que Sánchez del Río no esté para responder a una demanda racional, no impide que su entorno produzcamos una obra que entendemos y justificamos como “el porvenir de Manuel Sánchez del Río”. Una obra limitada en todo, pero real. Sabemos que la enorme variedad de métodos empleados en la identificación de nuestro objeto, dicen mucho de los interpretes y poco o nada del objeto (Manuel Sánchez del Río, Ordenador y Polígrafo). Pero esta paradoja no preocupa demasiado a la Fundación.

Debemos la composición de Normacéfalo a las manos de Fermín Crespo Lama, que durante un largo periodo de tiempo ha ido trasladando al papel la información que hemos ido recabando de fuentes próximas a los estudios más avanzados de fisiognomía. Como la información no se agota, confiamos en poder ofrecer a la comunidad científica, con cierta regularidad, obras que contribuyan a encontrarle una cara a Manuel Sánchez del Río.

Quiero señalar, además, que Normacéfalo es una producción propia.

La primera figura (número I lado recto) quiere expresar una singularidad atravesada por cinco grandes líneas o arrugas, que llegando desde fuera de los cuatro bordes del papel, entran en el marco que les ofrece Crespo Lama. Las líneas abren nuevas separaciones, generan nuevas arrugas, y vuelven a salir del marco por otra parte. Crespo Lama no nos dice cómo capta estas luces que imaginamos incidiendo sobre el papel, pero no se nos escapa que la ciencia diría que es la incidencia de la luz sobre el papel la que determina los colores que vemos, es decir, la refracción de la luz. Por esto no debemos atribuir a Crespo Lama la elección ni la disposición de los colores sobre el papel, que es contingente. La belleza, volvemos a comprobarlo, no es cosa humana. He dicho singularidad, pero la singularidad que decíamos se vio desmentida enseguida, cuando al examinar la figura VI, la cara verso de la figura número I, encontramos que siete agujeros correspondientes a los cinco sentidos nos devuelven la imagen sintética del normacéfalo. Aquí es difícil escapar al efecto que el negativo da como máscara al modo de la Gestalt. Es un efecto que reconocemos, pero una vía que no frecuentamos. Es más, procuramos evitarla porque no olvidamos estas palabras del Polígrafo: “Preferimos una solución pitagórica a ésta”1. Lo cierto es que enseguida relacionamos el número de las líneas con los agujeros de los sentidos. Sin saberlo, quizá, Crespo Lama había invocado a nuestra Iris. No es tan importante determinar el grado de autoría de una Iris contingente, como que la diosa obra en una dimensión diferente de las tres de siempre, aunque lo mejor es no hablar de una cuarta dimensión, y aceptarla como lo que es: puro fenómeno.

Contra estas especulaciones “místicas”, Miroslav Kuriolonis reaccionó sugiriendo que Crespo Lama había pintado “la imagen del mono” con la ayuda de un kit de pintura por números. La acusación no se sostenía, pero cuando Bejarano Gracia lo oyó, contestó enseguida que entre un mono animal y un mono humano no hay transición ni medias tintas que valgan, sino un corte insalvable. Para añadir que el rostro en cuestión (el normacéfalo) jugaba con las apariencias del mismo modo que los fotógrafos “animalistas” falsean las caras de los animales con el deliberado propósito de conseguir expresiones de inteligencia humana, no animal, en los animales. Y, por consiguiente, a falsearlas.

A izquierda y derecha de la figura I, en el lado recto de la obra, Crespo Lama colocó respectivamente al dolicocéfalo (figura II) y al braquicéfalo (figura III). La ciencia fisiognómica produjo muy pronto el Indice cefálico, una medida que Crespo Lama no cuestiona y usa sin considerar la posibilidad del mesocéfalo, que ni menciona, sin evitar el muy a-científico “normacéfalo”, que ha terminado imponiéndose como nombre vulgar de la obra. Aunque este extremo no nos preocupa.

Antes de seguir, es importante leer la anotación a lápiz que aparece sobre el braquicéfalo (III) para comprender lo que sigue. En un momento, presumiblemente anterior a la ejecución del dolicocéfalo y del braquicéfalo, tal como ahora los vemos, Crespo Lama escribió: QUIÉN ES ÉSTE? A lo que se contestó él mismo: “un niño”. Luego las figuras II y III son auto-retratos de niños dibujados por niños. Pero no. Estas figuras no resisten una prueba de autenticidad. La ejecución desdice la autoría de un niño (de cualquier sexo), no importa la edad u otras variables. Dicho de otro modo: no hay niño que pudiera dibujar con tanta desmaña la imagen de una cara. En un momento de la vida del niño, además, en que está en juego la construcción de una identidad. De modo que en la Fundación no dudamos en calificar estas partes de falsas, falsas dentro de un conjunto de alto valor para nuestra institución. Por esto tuvimos que admitir que Crespo Lama había producido dos auténticas imágenes falsas”2.

A ambos lados de las representaciones infantiles del objeto, hay dos calcos, figuras IV y V, que aportan nada o casi nada a la formalización de una imagen que revele a Sánchez del Río, pero sí dan cuenta muy expresivamente del hacer inquisitivo y experimental del autor, que busca el objeto sin ahorrar esfuerzos hasta en un mínimo de relieve. El resultado salta a la vista, y damos por buena la tentativa.
Antes de cruzar al lado verso de la obra, hay que advertir que en esta descripción no seguimos el orden cronológico que se vislumbra, que podríamos averiguar, pero al que concedemos poco valor científico. De modo que la figura VII, la imagen realista de un varón braquicéfalo de mediana edad, nos da ocasión de ver claramente la manera en que una suma exhaustiva de datos, o de información gráfica como en este caso, puede mentir absolutamente. Es más, esta idea de nuestro objeto (Manuel Sánchez del Río) sería tan mentira en el momento en que es visto actualmente, como en el momento en que dejara de ser mirado. Porque esta imagen de varón braquicéfalo (VII), como la siguiente de varón dolicocéfalo (IX), son representaciones realistas pero extremadamente inverosímiles del objeto. Dicho de otro modo: hay poca materia en estas dos malas ideas de Manuel Sánchez de Río. La extremada habilidad con la que Crespo Lama ha negado la posibilidad realista de nuestro objeto con estas dos imágenes, se remata con la intervención que hemos calificado de “vital”, porque vital nos ha parecido el gesto de Crespo Lama señalando los siete agujeros del rostro falso, tanto en el braquicéfalo como en el dolicocéfalo, contra la idea de hombre (una mala idea) con la que varias escuelas, en sus respectivos estilos, pretenden hacer visible a Manuel Sánchez del Río.

La segunda intervención de Crespo Lama sobre las imágenes realistas VII y IX, menos espontáneas porque resultan de una reflexión, puede resumirse en una palabra: antifaz. En efecto, el autor recorta sendos antifaces de cartulina negra a medida de cada rostro, y los encola con una pestaña. Así que los antifaces funcionan como unos rudimentarios desplegables que se cierran y se abren sobre las representaciones realistas de los modelos braquicéfalo y dolicocéfalo. Cuando al principio hemos llamado “falsas” a estas imágenes de Manuel Sánchez del Río, no estábamos pensado que representaran malos hombres, pero con los antifaces puestos y camino del carnaval, hemos entendido que podían ser malos. En cuyo caso, aquí tendríamos dos imágenes falsas de nuestro objeto, representado por dos hombres buenos dispuestos a ser malos en el carnaval. No exageramos. Si al mismo Sócrates, la bondad encarnada, se le ha podido pensar como un criminal, bien podría estar pensando Crespo Lama de nuestro Normacéfalo: MONSTRUM IN MENTE, MONSTRUM IN ANIMO.

La descripción de esta obra llega a su fin con las figuras XI y XII, las más profundas por oposición a la superficialidad de la fisiognómica, aunque nunca entendemos la superficialidad peyorativamente, sino al contrario. Pero nos hacen felices porque imaginamos a nuestro objeto emergiendo de un fondo ctónico y al ojo háptico (nuestras miradas) hacer de las suyas. Felices porque vemos a Manuel Sánchez del Río referirse a una fuente de agua cristalina, que mana entre rocas y dibuja arborescentes líquenes, rebosa, nutre el río Guarrizas y fluye mientras hablamos la Lengua castellana.

 

1. Actas de la Tertulia de Coria. Vol. Nº 74892, pags. 890-896.
2. En otro momento volveremos sobre esta contradicción.

 

 

EB. 26-9-17