Felisidad 2021-2022

Collage
Medidas diversas.

FMSR nº de catálogo 3545

El padre Castillo, cura de una parroquia de Coria del Río, se dirige al Protomanuel (Manuel Sánchez del Río in illo tempore) en estos términos: no vales ni el papel en que lo escribes mal ni la letra en la que estás labrando tu ruina. No saldrás de aquí hasta que lo escribas bien. Así que (ya eres mayorcito) tu sabrás lo que haces. Ahora, aplícate bien. Cuando yo vuelva me tienes estos papeles con la palabra correcta. Y ya veremos. Aunque te lo digo: es un desperdicio todo lo que haces, empezando por la palabra, que es puro error, una pérdida de tiempo, un imposible. Solo quieres jugar, inventarte juegos; ya no tienes edad para eso. Y además, yo te conozco, y esos juegos, al final, ¿pues qué? Vicios. El vicio de la ese; y para colmo, olvidarte de la i latina. De la f a la d hay un trecho duro, como la vida misma. Si lo aceptaras darías con Jesucristo, Nuestro Señor, que te espera siempre; pero vas a escribirlo mil veces; y ya veremos. Ahora, quédate ahí, cierro la puerta y te pones; cuanto antes lo hagas mejor para ti y para todos. Tu familia es la Iglesia. No tienes otra salida ni a donde ir. Así que…

Y cerró la puerta de la sacristía.

 

 

Las entradas y salidas diarias del cura Castillo en la sacristía pautaban los días del pequeño Manuel que insistía en escribir el error. Al entrar no le saludaba, pero al salir sólo tenía que asomarse a la mesa para saber que persistía en el error. De esta manera confirmaba la pertinaz intransigencia del pequeño, y podía justificar ante su obispo la conveniencia de mantenerlo castigado. Al salir, antes de echar las llaves por fuera, daba un portazo tan expresivo como innecesario. Con este gesto subrayaba que le asistía la razón. Y así lo entendía el pequeño.

Mientras tanto, el tiempo fue pasando y la caída del Antiguo Régimen no dejó de reflejarse en el interior cerrado de la sacristía, donde el adolescente seguía empeñado en dar con la expresión tipográfica más clara y distinta de su FELISIDAD.

Cuando el cura dejó de entrar y salir de la sacristía, el joven Manuel no pudo lamentarlo porque no tenía noción del principio ni del fin de la vida en las personas. Aunque sí advirtió las grietas que terminaron afectando la cúpula y el cimborrio que coronaban la sacristía, tal como había aprendido en su manual de Historia del Arte. Por este admirable elemento arquitectónico entraba la luz que iluminaba su mesa de trabajo y medía las horas de sus jornadas de estudio. Las grietas, a las que siguieron la caída de partes del enlucido de la bóveda y el desprendimiento de algunos tramos de las molduras del cimborrio, avisaron al joven del paso de las edades que Álvaro Flórez Estrada escribiría en la Introducción a la Constitución (de un Estado), en la que Manuel pudo instruirse leyendo lo siguiente:

“Los males de las sociedades, por último resultado, no tienen otra causa que el olvido o desprecio de los derechos de los ciudadanos y la inobservancia de los deberes del gobierno para con los gobernados. Si los hombres no hubieran ignorado sus derechos, ¿cómo hubieran consentido jamás en ser tratados con el despotismo que siempre han ejercido, tarde o temprano, todos los gobiernos? ¿Cómo los príncipes a quienes los pueblos han confiado la autoridad para que hiciesen su felicidad hubieran osado faltar a las condiciones más sagradas del contrato de la nación, esclavizando a todos los asociados y reduciendo la dicha de una nación entera a la felicidad individual del gobernante?

Es, pues, utilísimo, o mejor decir forzoso, que los derechos del ciudadano y los deberes de los depositarios de la autoridad pública estén expresados y designados de un modo claro, sencillo e inteligible a todos. La declaración de estos derechos y deberes es absolutamente necesaria; sin ella los más de los individuos que componen la sociedad, por más claros y evidentes que sean, los ignorarían completamente y los expondrían, como ha sucedido hasta aquí, a ser víctimas del error y la tiranía.

Solamente en un gobierno despótico es en donde no se conoce otro deber de parte del príncipe que su voluntad y capricho. En todos los demás es forzoso que éste reconozca sus deberes para que obre con arreglo a ellos, y el reconocimiento o declaración de estas obligaciones y los medios adoptados para que no puedan dejar de cumplirse, es lo que con propiedad se llama la constitución de un Estado”.

Pero la misma inclinación que le llevaba a rechazar la tiranía y a simpatizar con Flórez Estrada, le empujaba a seguir abrazando el error. Algo que es dificil de entender porque prolongaba el castigo y postponía indefinidamente el retorno a la vida en libertad.

Tras el derrumbe de la cúpula no se encontró ni rastro del pequeño Manuel (ni del adolescente ni del joven), salvo abundante material elaborado que sigue dando cuenta de su existencia a medida que se cataloga. Entre este material destaca este fragmento de un escudo nobiliario labrado en mármol blanco de Carrara, sobre el que Manuel Sánchez del Río talló distintas formas, entre las que destaca la consabida palabra FELISIDAD.