Los vidrios rotos de Bellotti
(de La Granja a Melilla)

Museo de Arte en Vidrio de Alcorcón (MAVA)

Exposición del 10 de diciembre de 2014 al 9 de febrero de 2015.

Fracción II. 2012

Fracción II. 2012.

Los vidrios rotos de Bellotti (de La Granja a Melilla)

Paco Cervilla

Hace semanas, tal vez meses, recibí la invitación para una exposición del escultor Evaristo Bellotti en el Museo del Vidrio, en la Granja de San Ildefonso. La muestra, en gran parte formada por piezas de vidrio, lleva por nombre “Fracciones”. Un título que me resultó árido, y hasta brusco, para nombrar las composiciones realizadas con un elemento que se supone frágil.
La visita se retrasó más de lo previsto y curiosamente el día elegido resultó ser un día de cristal. Una vez pasado el túnel de Guadarrama la nevada hace acto de presencia: el campo, los árboles, las casas de San Rafael están cubiertos de nieve. Los copos, que todavía caen en ese momento, pensé luego, son delicados cristales de nieve. Ignoraba que una de las características de esos coágulos de agua es que son fractales. Fractal, que deriva del latín, significa quebrado o fracturado. Averiguo todo esto a posteriori, claro está, causado por el interés de la exposición, por la conversación con Evaristo Bellotti y por el caprichoso azar que nos ofreció un tiempo que lo cubría todo de un metafórico cristal fragmentado que adopta la forma de un manto blanco.

Una vez dentro del Museo comenzamos el recorrido por la exposición, llamando la atención especialmente el uso del vidrio, material de frecuente uso en la ornamentación, pero de difícil empleo en la creación artística.

La evidencia -no esperaba otra cosa- es que no hay aspiración por la buena forma de una estética convencional ordenada, adaptada, digamos, al gusto burgués. El artista provoca al visitante con una obra deliberadamente inadaptada, diría que agitadora. Puede producir admiración pero también rechazo. No busca la complacencia.

Debajo de esa obra bullen las ideas del escultor, su concepción del mundo. Pero no sólo: algo más se intuye.

A partir de piezas rotas de cristal que una vez tuvieron una configuración, una proporción y una función, Bellotti crea con sus fragmentos composiciones concretas, entre un innúmero posible de ellas. No las recompone sino que las junta, pegándolas según la intuición del instante, trabajo que me recuerda la idea de Marcel Duchamp de que el artista es también un artesano.

Esos pedazos reagrupados, fracciones dice Evaristo, que producen algo nuevo, captan algo de lo real de la existencia, algo de las discontinuidades de la vida que, tras cada intento de reparación, terminan por romper la idea de un Todo, una Unidad. Las marcas, las junturas de lo fracturado muestran la imposibilidad de volver a un estado anterior perdido, o quebrantado. Si es que hay algún mensaje (que el artista me perdone), mejor sería decir algún pensamiento subyacente, uno que se podría extraer sería quizás éste: frente a todo intento fallido de reconstituir una experiencia primera, que instala al ser humano en una tortuosa repetición, existe la posibilidad de lo nuevo cuya condición pasa por aceptar lo diferente, la división, las fragmentaciones. O las fracciones, como indica Evaristo, concepto para cuyos matices necesitaría de un matemático que yo pudiera comprender.

Aunque no importa tanto el material utilizado por el artista como el resultado final de su obra, interesa aquí y ahora el elemento usado: sea vidrio o cristal, rotos, fragmentados y, por tanto, cortantes y eventualmente peligrosos.

Sirva, pues a la par, esta exposición como una alegoría de la realidad que la crueldad de los poderosos nos ha impuesto con el cristal cortante de su dominación, que no de su autoridad, produciendo todo clase de retazos, trozos o fracciones en la vida de tantas personas. Voladura que deja al descubierto lo que oculta la buena forma capitalista, desechos de inverosímil recomposición, como muestran las francas grietas de los vidrios rotos y pegados de Bellotti.

Ahora que enfilan en el horizonte tiempos electorales, los culpables de los destrozos quieren tapar sus intapables grietas con los mismos espejismos que destruyeron, o con cristales opacos, recubiertos con azogue por una de sus caras, es decir con espejos, en los que mostrar falsas realidades, ilusiones de un todo, que aunque nunca existió en el origen, formaba con sus partes un tejido social destruido por la inepcia, la corrupción, la ambición de poder y la maldad humana. Cuya última versión son las cuchillas, como fracciones de cristal, instaladas en la frontera de Melilla, donde quedarán colgados retazos de piel o carne humana, formando heridas, no sólo de inaceptable justificación, sino de imposible cicatrización.

Los vidrios rotos de Bellotti muestran descaradamente las grietas de sus partes. No importa. Es su intención. Es la función del artista, mostrar algo de una verdad que lo agita.

Los habitantes del poder no sólo no necesitan artistas, es que no los quieren. Buscan decoradores. O excelentes maquilladores de difuntos, al más puro estilo americano, con la intención de encubrir tanta extinción provocada. Si es que pueden.