El catador de vino de Jerez

El catador de vino de Jerez 2009, es contemporáneo de Los tipos de mármol y de Los ejes de los tipos. Y no sin efectos porque marca el paso del TIPO a otras posibilidades. No sé si en la literatura dramática existe un Arlechino en funciones de tabernero, pero el rol no sería extraño a sus características, aunque implicaría un ascenso de Arlechino en la escala social. En cualquier caso, estuviera ya escrito o no cuando hice el dibujo, se puede decir que apareció sobre este trozo de papel. Y lo haría negando activamente su no existencia, que es como cobran cuerpo las cosas intuidas. En otras palabras, este Arlechino dibujado no es una idea sin más.

Es importante saber que el papel estaba en el suelo donde tallaba las esculturas de mármol, y que fue rescatando el papel del suelo y con el lápiz que tenía a mano sobre el banco, como esbocé el dibujo en lo esencial.

 

En la escena hay que notar dos momentos. El primero pasa en el vistazo que Arlechino echa al trasluz del catavinos medio lleno de vino fino de Jerez. El gesto es típico del bodeguero que valora el vino que vende, y corresponde por tanto a su condición de Arlechino tabernero, experto en su oficio desde antiguo. Esto lo expresa el actor que lo interpreta procurando que cada detalle de su interpretación abunde en la deformidad de su personaje, pues tantos años tras el mostrador no pasan sin dejar huellas psíquicas y físicas.

Pero hay algo en la palabra “trasluz” que nos sugiere que Arlechino contempla las posibilidades de otros mundos. Mundos distintos de los de su TIPO. Este deseo es lo que traspasa el vino. Un deseo que brota de las pupilas del bodequero y se refleja variadamente en cada uno de los parroquianos que asisten a la escena. Y es que la refracción de la luz es el modelo por excelencia de todo experimento iluminador. Iluminador, atención, pero no instrumentador. Esto último sine qua non. De modo que Arlechino mira el vino, descompone la luz y se imagina otra cosa, algo distinto del vino y la copa.

El otro momento pasa a los pies de Arlechino. Es necesario fijarse para ver que los pies de Arlechino flamean como la cola de una sirena. Este hecho (o quizá se trate de una acción) es más que un episodio homoerótico en la vida del tabernero. Hay anormalidad, es cierto, pero la anormalidad radica en el trazado de las curvas. Se trata, por tanto, de una cuestión eminentemente plástica. Y es que Arlechino en funciones de bodeguero está trastocando las llamadas “curvas francesas”, también llamadas de Burmester. Arlechino las considera esclerotizadas, pero son las curvas que normalmente adopta la luz cuando se empapa de vino al atravesar el catavinos. Pero en este caso, las curvas que producen el aleteo de la cola de la sirena, lo que le está pasando en los pies, ya no responde a los perfiles de las plantillas de Burmester. En efecto (ya lo has visto), es por los pies por donde está empezando a morirse de su condición típica, y a reinventarse como otro en la forma de lo informe. Así, por los pies, empieza Arlechino a pensarse sirena, y por esto se le declaró non grato en algunas bodegas jerezanas: “Por alterar la luz que atraviesa el vino fino de Jerez”.

Otra interpretación de corte racionalista consiste en atribuir todas estas invenciones y sensaciones a la ebriedad de Arlechino bodeguero. Pero en este asunto no conviene entrar ahora.

EB 1-7-22