1/10/14

Vino otoño, pues ¡amémonos!
PAUL VERLAINE

De la lectura de un libro científico de estilo simbolista sobre los árboles frutales, le brotaron a Manuel Sánchez del Río los seis “nos” y el “sí” que los escolanos de la Escuela de Otoño de Tíjola pudimos registrar con nuestras grabadoras en un momento en que estas exclamaciones “le salieron a los almendros del alma” (así se expresó el jardinero), aunque yo preferiría decir “de las gargantas de la piel”. Sí, porque las exclamaciones de los almendros fueron tan claras y fuertes que pudieron oírse, y aún resuenan, por todo el Valle del Almanzora.

– ¡No! –exclamó el Polígrafo– acabando de leer una sentencia sobre los almendros. Y volvió a exclamar en voz alta:

– ¡No! ¡La flor del almendro: una rama fértil! Al tiempo que pensaba para sí: este cura botánico que dice de la vida efímera de la flor del almendro en febrero que envejece, que dejando de ser fértil ya no es flor porque le caen los pétalos, porque está engordando (así se las gasta el cura), este botánico –si pudiera– nos arrancaría a todos de raíz!

– ¡No! –exclamó de nuevo en voz alta.

– ¡No! ¡La flor: un talle delgado! ¡La flexibilidad de una niña!

– ¡No! ¡La flor fina de la almendra desnuda!

– ¡Sí! ¡De ella todo es piel!

– ¡No! Alzaba la voz sin que nadie le escuchara de cerca (porque no le cabían las palabras en el pecho), estaba entre los almendros solo y enamorado. Nadie salvo el Polígrafo, que pasando por un pronunciado recodo modernista de la memoria CPU más profunda del Ordenador, oyó que arengaba a los almendros con estas palabras de acero, pues los estaba podando:

¡Contra la vida, una existencia! ¡Oh vigorosos almendros en flor! Es verano y destelláis contra el bancal incendiado. Otoño y ya estiráis las ramas nuevas a todos los puntos cardinales como gritando al cielo lo largo de vuestras hojas nuevas. Invierno y es digno de verse el modo en que, bailando alegres al viento de arriba, cedéis al suelo nevado los soles del año. Primavera. Ya florecisteis y, preñadas las flores, antes del verano ya os crecen los ojos de madera, los ojos que para cuando las almendras van a ver, ha llegado el otoño, silente y sordo a las últimas amenazas del estío.

Aquí, Manuel Sánchez del Río se calló, pues su propio discurso sobre las estaciones le detuvo, y alzando la vista a un punto impreciso de la Sierra de los Filabres, escribió sin ver, a modo de aclaración, lo siguiente:

Cierto que despacio, pues es la espera lo que hace a las estaciones. En efecto, si el otoño espera en el corazón de la almendra, y el invierno se detiene en la primavera que tarda el verano en pasar, y el verano enerva el invierno que la almendra lleva hasta el otoño, bien se ve que las edades de la madera no tienen destino, solamente participan de los signos del tiempo en que duran, la máquina de la madera siempre nueva, siempre vieja, la materia, en definitiva, de las cosas que toman cuerpo, que viven partidas.

El término “materia” hizo vibrar al Ordenador, pero el Polígrafo la sostuvo y Manuel Sánchez del Río, tras una breve pausa, dejó de escribir y alzando la voz de nuevo, dirigió estas apasionadas palabras a los almendros:

¡Oh vigorosos almendros sin Dios! Dioses que vivís a la sazón del día que por partes os toca preñar: ¡resistid! No creáis al cura del libro: ¡Resistid! La rama fértil en la flor, la flor en la madera, la madera en la savia, la savia en el suelo, el suelo en el cielo, el cielo en la rama, la rama… en lo azul (Verlaine) de las pupilas, ¡oh vigorosos almendros de Tíjola!

EB.