Esculturas por escrito

Este libro inédito todavía tiene la forma de la clase de libros que escriben los escultores.  El libro se divide en tres partes. Las dos primeras son sendas aproximaciones de la escritura a la escultura y viceversa. La tercera son sueltos de un libro en forma de novela que no versa sobre la escultura titulado: La ida de Manuel Sánchez del Río en nueve libros.

Ver Prólogo de Esculturas por escrito

Selección de textos

Estoy escribiendo una escultura de palo,
de naranjo
y de caramelo.
1

 

UN DISCURSO

Más que del fin de un discurso enderezado, vengo de unos trazos que vuelven luego de haber nadado unos trechos, luego de fraguarse el aire de mis brazadas en el agua.
Apenas soy una reminiscencia de aire apalabrado, apenas si quedan de mí unas
escamas de papel.
16

 

QUITAR DE EN MEDIO

A Lola Medina, que creyó en mi inocencia

En el juego de la manta fui quitándome las partes que por pudor arrojaba delante de
mí sin descubrirme. Cuando ya no me quedó más que la cabeza, la dejé caer. La cabeza
rodó sin vida y la manta se desplomó en el suelo. Cuando los niños levantaron la manta
encontraron la ropa caída sobre la banqueta y en el suelo. Fueron a buscarme en los
trozos de mi cuerpo esparcido; pero fue inútil, mis partes ni entraban en la ropa ni
cuadraban entre sí. Se puso el sol, comenzó a caer la noche y la verdad es que, no sin
cierta desazón, me abandonaron en el jardín. Llovió, aullaron los perros. Desayunaron,
corrieron a verme y no quedaba ni rastro. Al poco rato me olvidaron.
La verdad es que persisten los signos de mi inexistencia, aunque no abandone ni un
momento la intención de mantenerme en pie.
18

 

EL INFINITIVO

LAS FLORES ÁRTICAS no existen. Luego, más que existir, se plantan: germinan, crecen,
perviven, mueren y arden. De manera que el arte de hacerlas — la horticultura — se
refiere a hacerles un hueco donde habitar en el baldío cósmico. La experiencia
demuestra que las FLORES ÁRTICAS están más lozanas en la medida en que Yo dejo el
empeño de existir, de contra-hacerlas, de espiritualizarlas, de ser en ellas alguien, algo
más. LAS FLORES ÁRTICAS revelan la radical intrascendencia de lo que importa: vivivir.
— En efecto — intervino el Polígrafo — no somos otra cosa que el infinitivo de vivir.
Y añadió:
— Lo único que no cabe perder sin morir, la más definitiva de las creencias.
— Pero, dígame: ¿Morir es lo más propio o lo más impropio del hombre?.
— No crea.
— ¿Qué?
— Digo que no crea.
— No le entiendo.
— ¡Que no crea hombre!
40

 

FLORITURAS

No sé yo qué decir de estas flores que usted dice “Árticas” en tanto esculturas, pues no me lo parecen, las veo perdidas de color, si no fallidas, sí poco escultóricas (si me lo permite).
— Sí, una vez más me encuentro indagando a través de lo que no me gusta, encaramándome como un abejorro al último extremo de la tela que ha tejido la araña en una esquina de mi conciencia, para deshacerla, paso a paso. Voy en busca de la glándula donde almacena la masa que sin humedecerse no fluye, pero a la que, si llego a tiempo de estimular, se ablanda, se endulza y segrega los hilos con los que acota el aire de las Flores. De modo que, para rehacer el aire de las Flores, voy a libar a donde acaba el prejuicio (lo que no me gusta), pero también a donde se concentran los motivos que me impulsan a hacer Flores. Solamente que a veces un mínimo desajuste en los tiempos me hace picar en el prejuicio, en la masa aún seca que todavía es amarga (el cuerpo de la araña), y salen de mis manos eso que usted decía: florituras.
Por eso me ve usted extraviado. Y es que sólo volando en círculos -como un demente- se alivia la amargura del yerro que duele -créame- como una punción.
41

 

NI ELLA NI YO

Ahora soy esto de allí; o esto otro, aquello de lo que salto hasta aquí. Así es como
intento no profesar; haciendo que la escultura rebose de sí misma hasta no dejarle ni
rastro de un gesto mío que pudiera sacarla de donde no sale ni darle, al contrario, lugar donde pudiendo incluirse se distrajera del orden naturante en la que la obra puede darse sin hacer, sin ella misma ni yo.
49

 

AGUA. SIN TÍTULO

El escultor no tiene otros medios que las manos y el convencimiento de que cada molécula de agua contiene una imagen legible del mundo. La dificultad estriba en que el agua se cuela entre los dedos, que tanto tiempo de trabajo en tierra las ha deformado y ya no se hayan bien si no es en las medidas de lo seco. Fuera del agua, no obstante, las manos saben de la íntima estructura ultra-real en la que se mueven. Todo aquel que recupere sus propias manos se verá evocando el medio irremediablemente perdido en el que el agua y las manos entretejían sus límites en un fondo sin luz más cierto que este seco de ahora que vemos apresado entre barrotes de luces y sombras. Mientras tanto, el escultor coge agua del pozo, del charco o del río, ahueca las manos, aprieta los
dedos unos contra otros para cerrar las fisuras y se vuelve contra el muro o contra el horizonte, el arenal a donde lanza el agua “decidora de manchas”. Si todavía no son obras es porque no ha podido ser él mismo todo de agua, salpicarse, ir pegado a la propia agua y caer sobre lo que ya no serían soportes sino hojas de cal hinchadas o pieles vivas de sílice al sol, materia empapada indistinta de él en lo visible. A continuación, la obra dura, se evapora. ¿Qué si no concedía a lo longevo aquella respetabilidad? Contra la obra el espíritu tapa a la materia con los espejos que la hacen invisible para a continuación y sin perder un momento —  urgido por una perentoria necesidad — editar a la materia abierta en canal, destripada, pero al fin con un autor. Así el autor ya no sufre lo que el artista, la experiencia de ver a las obras perder ánimo. El escultor las mira y las anima, les da la espalda y cuando se vuelve las encuentra decaídas o definitivamente borradas. Aún la más bella se descompone. Todas son manchas de la conciencia, agua contra agua, nada. Pero haremos esculturas: de escombros del inconsciente contra la conciencia; y contra la nada, esculturas de agua, de aguas empapadas de agua, de agua, sí, una nueva conciencia.
56

 

EN EL MAGREB

El coronel Shwartz ordenó:
— Que uno ocupe este espacio de tierra el primero. Y a continuación que lo haga la unidad.
Y aclaró:
— La quiero esparcida como una superficie lisa, delgada pero consistente. Que la
unidad sea la superficie misma. Y que el uno no sobresalga.
Cuando la orden se ejecutó, fue a comprobarlo. Cuando llegó, vio la tierra apisonada
y no supo discernir: ¿Esta, qué extensión era?
Se sintió indispuesto y se arrodilló en el suelo. Miró a su derecha y vio a un hombre
que caminaba lentamente hacia él. Miró a su izquierda y vio a otro que le pareció
idéntico acercarse lentamente. Miró al suelo, alzó la cabeza y los dos beduinos se
fundieron en uno. El beduino le puso la mano en el hombro y le preguntó por su salud
en una lengua incomprensible. El coronel se levantó y pensando que desvariaba señaló
al suelo preguntando qué era aquello. El beduino le contestó en la misma lengua; no
obstante el coronel comprendió: “Esta tierra está antes de ser algo que pueda ser suyo,
antes de ser suelo, muro, duna, bulto o yo mismo, que soy su esclavo”. “Está usted en
tierra libre de forma, ajena al orden de sus dimensiones y ajena a la certeza de sí
misma”. “Su invasión es imposible”.
El beduino se deshizo en dos, luego en miles y desaparecieron.
64

 

LA FIRMA DE MANUEL

Pensaba el pequeño Manuel a primera hora el primer día de clase: “Si en cada trazo,
como cuando firmas con la pluma tu nombre, prolongaras el trazado de cada una de
las letras de las que se compone, aprendiendo a dejar ir a las letras diciendo
lo que tengan que decir mientras tú sigues sin interrumpirte y el trazo por su cuenta
opta por no desplazarse más sobre la superficie del papel y se detiene en un punto
indeciso y no previsible de la hoja, descubres que alzando la mano ya no podrías seguir
trazando las letras sin hacer trampas:  parar, alzar y volver sobre la letra que sin
hacerse no siguió trazándose y a la que tendrías que enganchar la siguiente ¿de qué
modo, si ya están separadas?”
— ¿Ve, Sr. Profesor, que no puedo ir de continuo, que me hallo interrumpido
empezando por mi nombre? ¿Cómo iba a decir ¡presente! al escuchar mi nombre si me había perdido en la interrupción, si no tenía qué oír?
“Empecé partido” diría Manuel Sánchez del Río, años después.
68